A 40 años de la Convención Americana de Derechos Humanos, a 30 años de establecida la Corte Interamericana de Derechos Humanos y a más de 10 años de que nuestro país haya reconocido la competencia contenciosa de este tribunal, el sistema interamericano de protección de los derechos humanos sigue siendo un virtual desconocido para el derecho y la sociedad dominicanos.
El desconocimiento es tal, que no son pocos los comentarios escritos en los foros de discusión de periodismos como Clave Digital, en los que algunos de nuestros conciudadanos en medio de un arrebato xenófobo vierten cuantos epítetos denigrantes conozcan de la jerga antiimperialista, acusando a la Corte Interamericana de querer “echarnos el muerto de Haití encima” y de meterse en los asuntos de la política interna del Estado. Cuando la Corte evacuó la sentencia del caso Niñas Yean y Bosico vs. República Dominicana ambas cámaras de nuestro congreso gentilmente invitaron al ejecutivo a que desconociera dicha sentencia. Incluso alguno de los diputados, liderados por Pelegrín Castillo y José Ricardo Taveras incoaron una acción de inconstitucionalidad contra el documento mediante el cual el Ejecutivo Nacional reconoció la competencia de la Corte Interamericana, en 1999.
Es así como un instrumento concebido para defender los derechos de los pueblos, en vez de ser fortalecido e incorporado al diario vivir de las dominicanas y dominicanos, se convierte, gracias a la ignorancia y a la manipulación de la oligarquía nacional, en objeto de odio y aversión.
Muchas son las críticas que se le pueden hacer al sistema interamericano, tanto en su contenido, como en su eficacia, particularmente su incapacidad de obligar a los Estados a cumplir con sus sentencias. No obstante, esta postura solo es admisible ante la concepcion errada que generalmente tenemos los dominicanos frente al Estado y frente a los organismos internacionales.
Mientras asumamos que el Estado es un ser todo poderoso, un verdadero leviatán, al cual hay que limitar y obligarlo a resolvernos la vida, los dominicanos no avanzaremos ni un ápice. No podemos despersonalizar al Estado y olvidarnos de que son personas, en mayor o menor medida elegidas por nosotros, quienes lo manejan. El problema está en que nuestra sociedad civil tiene poca ingerencia en la administración de los asuntos del Estado, más allá de unas cuantas organizaciones cerradas constituidas por grupos de interés de élite. El Estado dominicano no está sujeto al control del resto de la sociedad. Ciertamente las razones para esto son muchas, y para enfrentar este problema se necesita una acción política organizada. Sin embargo, una de estas razones es el desconocimiento y la desorganización. En ambos casos, cualquiera puede hacer algo. No hace falta un plan nacional de educación en derechos humanos diseñado e implementado por el Estado (lo cual ayudaría mucho) para empezar a tratar este problema. En nuestro propio entorno podemos empezar a educarnos y organizarnos para conocer y defender los derechos humanos, y con el ejemplo, poco a poco, se puede construir una fuerza importante que pueda obligar al Estado a establecer el mencionado plan, no sin antes ya haber obtenido algunas victorias prácticas en el área. La ventaja de los derechos humanos es precisamente que pueden ser defendidos, con mayor o menor efectividad, por cualquier persona, basta con que los conozca.
Por otro lado, hay que resaltar el hecho de que si bien en la concepción tradicional de los derechos humanos, estos son un límite para el Estado, nuevamente debemos traer a colación el hecho de que son las personas las que violan estos derechos. En nuestro día a día nos desenvolvemos en instituciones que, al igual que el Estado, por su organización burocrática y jerárquica, son propensas a magnificar la vulneración de la dignidad humana, la educación en derechos humanos puede ayudar como contrapeso a esta dinámica.
No se plantea en este texto que será suficiente con la difusión de los derechos humanos, particularmente del sistema interamericano, para resolver los problemas que afectan a nuestra sociedad. Lo que se plantea es que nunca será suficiente si la sociedad no se apropia del Estado, y si los derechos humanos no se convierten en un código de vida tanto de los individuos como de las instituciones, publicas y privadas.
Los derechos humanos, necesitan dejar de ser monopolio de los profesionales del área, para ser tan conocidos por los dominicanos como las reglas del béisbol, o la letra de la última canción de Juan Luis Guerra. Deben convertirse en remedios tan usuales para los males sociales, como el “vibaporú” o el “mentiolé” lo son para los achaques corporales. Los dominicanos deben respirar las Convenciones que forman el sistema y transpirar sentencias de la Corte Interamericana, porque solo cuando el pueblo dominicano le exija al gobierno el cumplimiento de las mismas estas serán efectivas. He ahí, donde yace la eficacia del sistema interamericano. No se trata de esperar a que la OEA haga algo para obligar a los Estados a cumplir las sentencias de la Corte, sino de asumir la jurisprudencia de la Corte, conjuntamente con las Convenciones y protocolos del sistema como instrumentos jurídicos que deben se aplicados a través de las vías políticas, jurídicas y sociales con las que cuenta la sociedad civil o aquellas que pueda crear. Correctamente utilizada, una sentencia de la Corte Interamericana puede ser una herramienta útil dentro de la política o el Derecho nacionales.
Para poder empoderarnos de esta manera, debemos empezar por conocer el sistema interamericano y otros sistemas internacionales de protección de los derechos humanos, y ese trabajo debe empezar ya. No hay que ser profesional del derecho para conocer sobre derechos humanos, pues no se trata de que todos sean expertos capaces de producir avances históricos en la materia. De lo que se trata, es de identificar los derechos que se reconocen a las personas para actuar conforme y en provecho de esos derechos en nuestro diario vivir; de sonar la voz de alarma cuando ocurra un vejamen de la dignidad de cualquiera de nuestros congéneres y de trabajar para aportar ese grano de arena que nos corresponde para la consecución de una sociedad donde el desarrollo humano sea el norte, el sur, el este, el oeste, el arriba y el abajo. Ese objetivo, que si bien parece lejano, sublime, e inalcanzable, empieza con el sencillo paso de abrir la Convención Americana, leer unas cuantas páginas al día y comentarlas con quien está a nuestro lado.
El sistema interamericano, basado en una concepción liberalista de la persona, está plagado de errores y secuestrado por intereses particulares. Pero, es por ahí donde empieza la liberación de nuestra especie. Cómo podemos hacer algo mejor que este sistema si ni siquiera lo conocemos. No se engañe el lector, quien escribe estas líneas es acérrimo critico del sistema interamericano, por la simple razón de que no está dispuesto a aceptar medias defensas a los derechos humanos. Por eso, porque cree firmemente en que solo vale la pena luchar por la perfección, por lo ideal, es que propone conocer y defender el sistema interamericano, como primer paso para mejorarlo y construir, cada día, un sistema más justo y eficiente como herramienta del desarrollo humano. Porque Utopía no existe no porque sea imposible, sino porque no hemos empezado a construirla.
Es así como un instrumento concebido para defender los derechos de los pueblos, en vez de ser fortalecido e incorporado al diario vivir de las dominicanas y dominicanos, se convierte, gracias a la ignorancia y a la manipulación de la oligarquía nacional, en objeto de odio y aversión.
Muchas son las críticas que se le pueden hacer al sistema interamericano, tanto en su contenido, como en su eficacia, particularmente su incapacidad de obligar a los Estados a cumplir con sus sentencias. No obstante, esta postura solo es admisible ante la concepcion errada que generalmente tenemos los dominicanos frente al Estado y frente a los organismos internacionales.
Mientras asumamos que el Estado es un ser todo poderoso, un verdadero leviatán, al cual hay que limitar y obligarlo a resolvernos la vida, los dominicanos no avanzaremos ni un ápice. No podemos despersonalizar al Estado y olvidarnos de que son personas, en mayor o menor medida elegidas por nosotros, quienes lo manejan. El problema está en que nuestra sociedad civil tiene poca ingerencia en la administración de los asuntos del Estado, más allá de unas cuantas organizaciones cerradas constituidas por grupos de interés de élite. El Estado dominicano no está sujeto al control del resto de la sociedad. Ciertamente las razones para esto son muchas, y para enfrentar este problema se necesita una acción política organizada. Sin embargo, una de estas razones es el desconocimiento y la desorganización. En ambos casos, cualquiera puede hacer algo. No hace falta un plan nacional de educación en derechos humanos diseñado e implementado por el Estado (lo cual ayudaría mucho) para empezar a tratar este problema. En nuestro propio entorno podemos empezar a educarnos y organizarnos para conocer y defender los derechos humanos, y con el ejemplo, poco a poco, se puede construir una fuerza importante que pueda obligar al Estado a establecer el mencionado plan, no sin antes ya haber obtenido algunas victorias prácticas en el área. La ventaja de los derechos humanos es precisamente que pueden ser defendidos, con mayor o menor efectividad, por cualquier persona, basta con que los conozca.
Por otro lado, hay que resaltar el hecho de que si bien en la concepción tradicional de los derechos humanos, estos son un límite para el Estado, nuevamente debemos traer a colación el hecho de que son las personas las que violan estos derechos. En nuestro día a día nos desenvolvemos en instituciones que, al igual que el Estado, por su organización burocrática y jerárquica, son propensas a magnificar la vulneración de la dignidad humana, la educación en derechos humanos puede ayudar como contrapeso a esta dinámica.
No se plantea en este texto que será suficiente con la difusión de los derechos humanos, particularmente del sistema interamericano, para resolver los problemas que afectan a nuestra sociedad. Lo que se plantea es que nunca será suficiente si la sociedad no se apropia del Estado, y si los derechos humanos no se convierten en un código de vida tanto de los individuos como de las instituciones, publicas y privadas.
Los derechos humanos, necesitan dejar de ser monopolio de los profesionales del área, para ser tan conocidos por los dominicanos como las reglas del béisbol, o la letra de la última canción de Juan Luis Guerra. Deben convertirse en remedios tan usuales para los males sociales, como el “vibaporú” o el “mentiolé” lo son para los achaques corporales. Los dominicanos deben respirar las Convenciones que forman el sistema y transpirar sentencias de la Corte Interamericana, porque solo cuando el pueblo dominicano le exija al gobierno el cumplimiento de las mismas estas serán efectivas. He ahí, donde yace la eficacia del sistema interamericano. No se trata de esperar a que la OEA haga algo para obligar a los Estados a cumplir las sentencias de la Corte, sino de asumir la jurisprudencia de la Corte, conjuntamente con las Convenciones y protocolos del sistema como instrumentos jurídicos que deben se aplicados a través de las vías políticas, jurídicas y sociales con las que cuenta la sociedad civil o aquellas que pueda crear. Correctamente utilizada, una sentencia de la Corte Interamericana puede ser una herramienta útil dentro de la política o el Derecho nacionales.
Para poder empoderarnos de esta manera, debemos empezar por conocer el sistema interamericano y otros sistemas internacionales de protección de los derechos humanos, y ese trabajo debe empezar ya. No hay que ser profesional del derecho para conocer sobre derechos humanos, pues no se trata de que todos sean expertos capaces de producir avances históricos en la materia. De lo que se trata, es de identificar los derechos que se reconocen a las personas para actuar conforme y en provecho de esos derechos en nuestro diario vivir; de sonar la voz de alarma cuando ocurra un vejamen de la dignidad de cualquiera de nuestros congéneres y de trabajar para aportar ese grano de arena que nos corresponde para la consecución de una sociedad donde el desarrollo humano sea el norte, el sur, el este, el oeste, el arriba y el abajo. Ese objetivo, que si bien parece lejano, sublime, e inalcanzable, empieza con el sencillo paso de abrir la Convención Americana, leer unas cuantas páginas al día y comentarlas con quien está a nuestro lado.
El sistema interamericano, basado en una concepción liberalista de la persona, está plagado de errores y secuestrado por intereses particulares. Pero, es por ahí donde empieza la liberación de nuestra especie. Cómo podemos hacer algo mejor que este sistema si ni siquiera lo conocemos. No se engañe el lector, quien escribe estas líneas es acérrimo critico del sistema interamericano, por la simple razón de que no está dispuesto a aceptar medias defensas a los derechos humanos. Por eso, porque cree firmemente en que solo vale la pena luchar por la perfección, por lo ideal, es que propone conocer y defender el sistema interamericano, como primer paso para mejorarlo y construir, cada día, un sistema más justo y eficiente como herramienta del desarrollo humano. Porque Utopía no existe no porque sea imposible, sino porque no hemos empezado a construirla.
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