Por Aníbal A. Mauricio Paz
En una entrevista realizada el pasado año al escritor peruano Mario Vargas LLosa, éste complementó la famosa frase de Gaspar Melchor de Jovellanos al declarar “Los pueblos tienen los gobiernos que merecen tener, aunque luego se arrepientan.”
Entendemos que nunca antes esta frase pudo haber descrito con tal perfección la situación que vive
Vivimos tiempos de una voraz turbulencia que atenta con sucumbir la frágil embarcación de la democracia nacional. Ya no son gritos de alerta, si no ladridos de agonía. Y si andamos cazando al verdadero responsable de este cancerígeno tumor, no tendremos que aventurarnos entre espesas selvas o vastas sabanas; bastará con pararnos frente al espejo e identificar al individuo que nuestros ojos delatan. Nada más cierto que esto, pues es el pueblo quien expresando su máxima soberanía y libertad a través del derecho de elección que asiste a cada uno de sus miembros, selecciona mediante comicios públicos a sus más importantes representantes.
Una pendeja euforia fruto de dádivas y promesas demagógicas invade como elixir de éxtasis la razón de los votantes, quienes olvidan la importancia capital del ejercicio que se aprestan realizar, cuyo resultado marca irreversiblemente su futuro. Por antítesis, otros prefieren ser testigos absortos de los eventos, renunciando así a su derecho al reclamo, la crítica e incluso a la insatisfacción misma, pues han preferido auto flagelarse con la estigmática marca de paria.
Ya sea por haber adoptado una u otra posición, todos de forma general, hemos contribuido efectiva y progresivamente en el diseño y puesta en marcha de un desorden social e institucional con destino sin escala al abismo.
La decepción acrecienta y la desesperación nos consume. Y me pregunto, cómo hemos llegado a ser tan ignorantes u obnubilados al creer que una Asamblea de Legisladores elegidos sin el más mínimo criterio racional podrían obrar un escenario de paz, diálogo y consenso con miras a una nueva Carta Magna que reflejase en realidad el producto del clamor popular expresado por medio de consultas populares y no así convertirse en lo que hoy atestiguamos, una pieza confeccionada a la medida de intereses particulares que procuran la sustentabilidad de una dinastía hiperpresidencialista hasta tanto no se desencadene un ideológico, social o corporal enfrentamiento fratricida. Cómo podemos festejar como triunfo la paralización de las obras en Los Haitises si acabamos de conceder la costa de Manzanillo en Montecristi como ofrenda virgen para ser violada. O cómo pretendemos eliminar la delincuencia juvenil, reformando normas para someterles a condenas de adultos (con las implicaciones traumatizantes que esto supone y la probada ineficacia del sistema de rehabilitación penitenciaria) como medida circunstancial para evadir la responsabilidad de retomar los valores sociales fundamentales, la importancia de la familia y el hogar, la educación y un auténtico equilibrio en las oportunidades de acceso a las herramientas de perfeccionamiento y desarrollo humano.
No obstante, el dubitativo e improbable “cómo”, puede transformarse en el seguro y optimista “así”. Efectivamente, basta ya de culpar al gobierno, a las autoridades, a nuestros vecinos o al “gran imperio” del resultado producto de nuestras malas determinaciones. Es momento de que el pueblo logre su reivindicación, lo cual solo se materializará erradicando la catarata que ensombrece nuestra vista, haciéndonos caminar en un círculo infinito sin advertir la vereda del desarrollo justo frente a nosotros. Sin embargo, la vida se apiada nueva vez de nosotros, tal cual madre que nunca deja de querer a sus hijos, ella nos brinda un nueva oportunidad.
El próximo 16 de mayo, nuestra nación realizará la máxima expresión de su ejercicio democrático al decidir la suerte de su futuro por el transcurso de los subsiguientes seis años. Debemos pues actuar con conciencia, con raciocinio e introspección, porque resultaría insoportable volver a caer en el consumiente vicio que nos embarga. Es hora de dar la oportunidad a quienes la merecen, de reconocer a aquellos que como salmones han nadado contra la corriente en medio de las marismas de la corrupción y el desorden, para ser nuestros dignos representantes. Pero sobretodo es tiempo de creer en nosotros mismos, de no auto compadecernos ni auto flagelarnos, pues Sí somos valiosos, Sí merecemos algo mejor, Sí podemos decidir nuestro destino.
No podemos darnos por vencidos, pues si bien hay aquellos que prefieren una vida de resignación por temor a fracasar en la búsqueda de la verdad, la justicia y la felicidad, dejar de luchar, por culpa de la corrupción a nuestro rededor, es como dejar de vivir por no haber aire que respirar.
Y a pesar de todo, soy orgulloso de ser dominicano… a pesar de todo… ¡que viva
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